jueves, 21 de abril de 2022

Iñigo Ansola (Humorista trágico)


 


 

Tarde de marzo. Reunido con Iñigo me propongo que me cuente algo de su vida y milagros. Me consta que, como muchos artistas, no es hombre de mucho verbo y sus ideas se plasman mejor en viñetas que meras palabras. A veces, basta con ver un dibujo, una caricatura, para llegar al meollo de la cuestión de ese tema de actualidad o hacer una buena radiografía del personaje en cuestión.

Así, con cierto reparo pero a corazón abierto, tal vez a “calzón quitao”, me propongo hacer interesante y llevadera la entrevista de hoy. El personaje lo merece y ustedes juzgarán a razón de las respuestas.

Hace tiempo que le conozco y hemos coincidido en muchas cosas. En este caso, toca entrevista. ¡Valor y al toro!

 

 −Iñigo, ¡muy buenas tardes!

−¡Buenas tardes!

−¡Bueno! ¿Te llamas Iñigo…?

−íñigo Ansola Bárcena.

−¿Naciste en Laredo?

−Nací en Laredo el 1 de marzo de 1971.

−¿Fuiste al colegio aquí, en Laredo?

−Sí, fue una buena época. Jugábamos a tirarnos con piedras. Hoy en día nos hubieran mandado al colegio a los GEOS apoyados por un ejército de psicólogas. Puede que con razón.

−¿Dónde hiciste el bachiller?

−En Laredo también.

−¿Y luego, el siguiente paso?

−A finales de los 80, paseando por Irío una tarde, me abdujeron unos extraterrestres. Me soltaron en el 2000, año futurista. No recuerdo más, sólo que no tengo estudios superiores, ni antecedentes penales.

−¿De dónde nace esa afición por el dibujo y las caricaturas?

−No me apasiona dibujar. Me dedico al dibujo humorístico o caricaturesco por oficio. Dibujar me resulta muy cansado, muy difícil. Sí que disfruto viendo el trabajo de los buenos dibujantes. Lo que me relaja es garabatear. Del proceso de hacer un cómic lo que más me gusta es el garabateo: en un cuaderno con un boli, ir montando el entramado de viñetas. Creo que garabateando estoy por encima de la media.

Pilar Marín, una amiga y profesora de dibujo que tuve en Bilbao, me animó a hacer cómics y mandarlos a concursos.

−¿Y tu afición por la historia?

−Leo historia porque me ayuda a dormir. Tienen que ser cosas fácilmente digeribles, que pueda procesar a gusto, si no me pongo nervioso y no duermo. Heredé la costumbre de mi padre. Siempre ha leído historia. Está suscrito a la revista “Historia y Vida” desde los años 60. Tengo ejemplares de aquella época, porque se lo robo todo. A él le da igual porque está en una etapa escéptica e iconoclasta y pasa de fetichismos. Yo creo que estoy llegando a esa etapa. Algún día no muy lejano haremos una hoguera de San Juan con todas las revistas y libros que tenemos.

−¿Qué has leído últimamente?

− “¿Por qué manda Occidente… por ahora?”, de Ian Morris y “La formación de Francia”, de Isaac Asimov. He terminado también “Sonámbulos”, un ensayo sobre la Primera Guerra Mundial de un señor que no me acuerdo como se llama, que me perdone. El otro día me leí uno que me dejó mi amiga Carmen Rentería: “La España negra”, de Gutiérrez Solana, el pintor, que también escribía. Se lee de un tirón y te lo recomiendo. Habla de su tiempo, describe lo que ve; bueno, de una manera muy solanesca, ¡claro! Muñones sangrantes aparte, es muy interesante. Hace una descripción de la fiesta de la Aparecida maravillosa.

−¿Puede empezar una historia de la invasión de la Cantabria antigua por los romanos con el suicidio de Cleopatra?

(Risas) Sí, por supuesto, lo he demostrado. Publiqué “Luna Hiena” con la editorial Kattigara hace ya casi dos años. En esa historia doy las claves de porqué los romanos se decidieron a invadir Cantabria. Es una historia con muchos personajes que van y vienen, y a pesar de los casos de licantropía, todos son muy humanos.

−Creo que también te gusta la música. Recuerdo aquel bolo, en Seña, donde dimos un “concierto” juntos (además del resto de la banda). Por cierto, todavía me pitan los oídos del ruido… ¿Sigues practicando?

−Creo en la guitarra pero no soy practicante.

−¿Sigues con tu “Gibson” o has cambiado de instrumento? Piensa que se desafinaba a cada tres acordes (ja, ja, ja…).

−No he llegado todavía a las Gibson, era una Epiphone. Cuando deje de desafinarla, me compraré una Gibson.

−¿Ha cambiado mucho Laredo desde tus primeros recuerdos? ¿A mejor, a peor?

−Noto cuatro cambios importantes: ciertos edificios desaparecidos, el Puntal, el puerto y mis amigas del instituto. No tengo palabras para describir la desaparición de la fábrica de “Salvarrey”, un edificio que protagonizaba las postales típicas. Lo de la casa de los Puntales, con aquellas almenucas que le quedaban de cuando era casa-torre, también fue increíble. El Puntal y su metamorfosis es un caso asombroso. En cuanto al puerto nuevo yo estaba en contra de su construcción, o al menos en contra de que fuera tan grande. Ahora estoy a favor de no tirarle, porque ¡ya que está hecho…! Habrá que sacar partido a semejante infraestructura. Y para terminar, mis amigas del instituto que cada día que pasa están más guapas, así que en ese caso el cambio ha sido a mejor. ¡Ah!, se me olvida la Atalaya. Ha perdido romanticismo pero ha ganado otras cosas.

−Bueno, entonces tú ¿cómo te definirías? ¿Dibujante, caricaturista, analista político, crítico, observador…?

−Humorista trágico.

 


 

−Ante un momento político incierto, ante la crisis, ¿te describirías como un “indignado” o cómo qué?

−Yo estaba indignado antes de la crisis, incluso estoy indignado conmigo mismo. Soy un pesimista y leo páginas pesimistas en internet, algo completamente contraproducente.

−¿Te definirías como un defensor, amante y reivindicador de las raíces cántabras?

−Más que amante, amigo, no sé si con derecho a roce. A veces, pocas, se dejan meter mano. Ahora estamos distanciados pero siempre las querré. Confieso que quizás las idealice. ¡Pero eso es el amor pasional! Digamos entonces que soy un amante no correspondido o algo así.

Me gusta, por ejemplo, la historia desconocida por los laredanos, del pitu y el tamboril, que fueron los instrumentos populares por excelencia de Laredo y parte de Cantabria durante el siglo XIX y principios del XX. Un único intérprete tocaba con una mano una flauta aguda de tres agujeros que llamaban pitu y con la otra el tamboril; igual que en el País Vasco, donde el pitu se llamaba y se sigue llamando txistu. Al que le interese el tema del modo de vida de los laredanos de principios del siglo XX, le recomiendo “Los pescadores del norte y noroeste de España, su vida social y particular por provincias ”, escrito por un contemporáneo gallego que los conocía bien: Benigno Rodríguez. Lo publicó en 1916. 

Sí, lo conozco. Tengo un ejemplar fotocopiado (ilegalmente, supongo) en casa. Pero… siguiendo con la charla, ¿te quedarías con algún lugar de este mundo? ¿Tienes un lugar preferido? ¿País, ciudad…? ¿Dónde te gustaría vivir si no es aquí?

−Sé que queda mal decirlo, poco cosmopolita y tal, pero de entre todos, todos, todos los lugares del mundo, me quedo con mi cuarto de baño.

Probablemente todos los sitios tengan su encanto y me gusta ver, de vez en cuando, paisajes diferentes, incluso cuartos de baño diferentes. Pero sólo como turista.

Si no viviera en Laredo me gustaría vivir en Seña. Aunque creo que Laredo es parte de Seña. ¡Pon Udalla, entonces!

−Bueno, bueno…, vamos a entrar un poco en el mundo de los sentimientos ¿tu primer amor? ¿Alguien que te haya dejado huella? ¿Una mujer? ¿Varias?

−Recuerdo mi primer amor perfectamente: una mujer casada, extranjera, como de otro tiempo. Era joven, aunque a mí me imponía cierto respeto. Era muy guapa también. Se llamaba Betty Mármol. Fue un amor imposible porque ella era un dibujo animado y yo un niño. No soportaba cuando llamaba “cuchi-chuchi” al su maridu.

Por supuesto que hay mujeres que me han dejado huella: señalaré, por ejemplo, a mis abuelas y mi madre, que me dejaron la más duradera de las huellas: la huella genética.

−Y… ¿Lo mejor y lo peor que le ves a Laredo, hoy por hoy?

−Lo mejor, sus posibilidades, que cada día que pasa son menos. Lo peor es que los laredanos, aparte de no saber sacar partido de esas posibilidades, somos, a veces, algo maliciosos y bastante cursis. No como Luis Sánchez, que hace gala de una cursilería consciente que por tanto, deja de ser cursilería, porque la cursilería o es inconsciente o no es.

−Espero que Luis entienda el halago, si no ¡te lo mando! ¿Alguna idea, solución, proyecto en pro de este Laredo que, como decía Luis, te fagocita?

−Ahora mismo no se me ocurre ninguna… ¿quizás una fiesta de disfraces temática de tipo histórico? Yo mejor haría un mercado futurista. Con marcianos y toda la órdiga, crepes venusianas y pulpo gallego-selenita. Me disfrazaría de Charlton Heston en “El planeta de los simios” y me iría  a hacer el mongolo al embalse del Juncal con una nave de polispán. No, en serio, tengo muchos proyectos, ya sabes que me obsesiona nuestro casco antiguo, tan desaprovechado. Ahora estoy muy liado, tengo problemas, me van a sacar dos muelas y todo. Pero para las siguientes elecciones ¡me presento!

Por cierto, ¿qué pasa con el callejón que comunica la calle del Paseo con la Rúa Mayor? En los folletos electorales decían que iban a abrirlo. Sin embargo, a cuenta del tema de la accesibilidad, dijeron que no se podía, porque es privado, ¿no? No entiendo nada, ¿antes de las elecciones no era privado? ¡Qué pena! Haciendo calle por ahí mataríamos dos pájaros de un tiro y alguna que otra rata, que está aquello muy sucio, dicen.

−Sí, sí. “Una imagen vale más…”; aunque, por otras cosas, creo que sabes que ya no forma parte de los Amigos del Patrimonio y son cosas mías, nada más.  Bueno, y… ¿lo más gratificante que has vivido en estos últimos años?

−Hay veces que me abraza mi hija y me da como una especie de palmaducas en la espalda. No sé si lo hace sin querer o es que intuye algo, pero es muy gratificante.

−Y… ¿algo que te quedó por hacer? ¿Algún proyecto?

−Tengo muchos proyectos, miles. Estaría todo el día hablando. Mejor pasamos a otra pregunta.

−¡Vale! ¿Qué es lo que más odias del ser humano?

−Su naturaleza violenta. Los seres humanos son tan violentos que dan ganas de empezar a hostias con todos.

−¿Crees que vivimos en un mundo sin valores o que se han pervertido? ¿Lo dejas entrever en tus “tiras” y viñetas? ¿Lo denuncias?

−El mundo siempre ha sido igual, cambian ciertas circunstancias.

En mis tiras dejo entrever mensajes satánicos, pero sólo se pueden descifrar si las miras del revés.

−¡Ospis, Iñigo! ¡No se me había ocurrido! ¡Mañana empiezo! Bien, bien. Por cuestión de tiempo, como en la tele (estamos en directo), vamos terminando. Si en tu mano estuviese cambiar algo de lo que ha sido tu vida ¿qué cambiarias?

−De sexo. Me considero una lesbiana en el cuerpo de otra persona.

−Pues… no te había mirado bien. ¡No me había dado cuenta! A partir de ahora te prestaré más atención… Bueno y si la pregunta es “rara”, otra pregunta rara, ¿un secreto, esa cosa que nunca has contado…? ¿Una manía, una fobia?

−¿No te vale la anterior? Bueno, odio el brócoli y los canónigos esos. Y una cosa curiosa: me da asco el oro. No lo digo en plan metafórico, me gusta vivir bien: comer buen queso y beber buen whisky. Lo digo literalmente, me da repeluco el oro. Por eso estoy incapacitado para comprender media historia de la humanidad. El tema de las especias lo entiendo mejor aunque tampoco me convence mucho.

−¿Tu mayor alegría?

−Mis mujerucas: ellas son las alegrías de mi huerta, que asoman entre tomates y respigos y me vuelven locu de contento.

−¿Tu mayor fracaso?

−Conseguí borrarlo de mi mente hace tiempo, creo. ¡Snif! (hace como que llora).

−Sí estuvieses solo, ¿qué te llevarías a una isla desierta (varias cosas)?

−Un camping gas, un balón de Nívea y una revista de viajes, de esas que hay en la consulta del dentista.

−Si miras para atrás ¿piensas que ha pasado el tiempo volando, que la vida se pasa en un suspiro? ¿Tienes esa percepción?

−No. A mí esto se me está haciendo larguísimo.

−¿Un recuerdo de cuando eras niño?

−Bueno, y no tan niño: aquellas pulgas blancas que había en la playa (se refiere al Talitrus saltator). No eran las típicas pulgas desagradables, estas daban ganas de comérselas. Eran hermosas y simpáticas y te saltaban por la toalla, intrépidas. Creo que en los 90 ya no había. La bandera azul es una horterada, el distintivo de una playa sana tendría que ser la pulga blanca. Si no hay pulgas blancas, no hay playa sana. Hay que hacer una bandera con una pulga blanca rampante y dársela a quien la merezca.

−Hablas de pulgas y ¡ya me está picando! ¿Algún mensaje a “navegantes”?

−¡Churrad siempre a sotavento, grumetes!

 

Hasta aquí hemos llegado. ¡Un placer! ¡Gracias por tu tiempo!

 

Y repasando el texto, antes de “darle salida”, empecé a "alucinar" y recordar canciones de Sabina –no sé por qué-. Sí, de esas donde dice lo de:  "que se enrollan las persianas al revés y las marcianas no sé qué con don Hilarión…”. O lo de: “Dios y el Diablo son de aquí...”. Si os pasa a alguno de vosotros ¡no os asustéis! Es normal.

 

Cada día estoy más convencido de que Laredo tiene más genios por m2 que pistas de tenis. Sólo hay que dar con ellos (no es difícil), entenderlos y valorarlos. Y… ¿Por qué no? ¡De vez en cuando explotarlos!

 

Fernando Baylet. 

 

 

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Ñago siempre ha sido genial! Desde que nos pintorrejeaba las carpetas y dibujó la ruta del golayu, sabíamos que sería un "Grande'

    ResponderEliminar